sábado, marzo 24, 2007

España y su legado: La Hispanidad


La Hispanidad está desmembrada. Ya no existe como antaño esa unidad de la que podíamos enorgullecernos cuando leíamos libros de historia y nos encontrábamos con el vasto conjunto de tierras gobernados desde el trono madrileño. Ya no existe ese sentimiento de amor y lealtad hacia la figura de un rey que todos admiraban por su calidad como gobernante y como buen cristiano.


Cuando el Imperio Español del Siglo de Oro se alzaba como el más grande visto en la historia de la humanidad, los hombres de su época jamás pensaron que llegaría un momento en que mirarían con nostalgia aquel pasado glorioso, que comenzó con el arribo de esos tres navíos de esperanza a un mundo totalmente nuevo y atrayente, primero para sus tripulantes, y después para todo hombre que fijase en su horizonte los ideales de la propagación del evangelio y dejar fama de sí para la posteridad.


Ahora se mira con desdén a todos esos hombres, que tras largos viajes incómodos y llenos de penurias, se aventuraban en tierras desconocidas para civilizarlas y gracias a los cuales esta porción del mundo salió de las garras de una barbarie que más que avanzar, coartaba toda posibilidad de desarrollo humano posterior. Se mira con desprecio y se saca a relucir sólo aquellos rasgos negativos, que hombres de hoy y de toda época han poseído, pero que sin embargo, se atribuyen y sobredimensionan sólo a ese hidalgo que dejó todo un mundo atrás, con el gran ideal de llevar la cruz del cristianismo a todo rincón del mundo.


Ya ni siquiera se mira con respeto a la Madre Patria, esa España que con su labor providencial realizó la obra más loable que ninguna otra nación puede ostentar. Esa España cuyos monarcas fueron y serán los más grandes gobernantes de los que una nación ha podido gozar. Sólo damos como ejemplo al Emperador Carlos V, que al final de sus años se retiró al silencio y paz del monasterio de Yuste, luego de haber lidiado en una lucha sin cuartel por cimentar firmemente sus dominios e intentar mantener la unidad europea bajo el cristianismo en contra de los pseudo-reformistas. Tampoco se resalta que fue desde España y su clero, donde nació el Derecho Internacional, con el Padre Vitoria, ni tampoco se recuerda que fue un sacerdote español, el Padre Laínez, quien supo con astucia argumentar en Trento el valor de las obras, que los rupturistas seducidos por la herejía quisieron enterrar.


Eso sí, al hablar de España no nos referimos a la España actual, puesto que esta es una más de las tantas hijas de la hispanidad. Cuando hablamos de Madre Patria nos referimos a esa España del Siglo de Oro, la España de los conquistadores, de los misioneros, de aquella España que nos dio un San Ignacio de Loyola y su Compañía de Jesús.


Así, nos encontramos con un conjunto de naciones que tienen una herencia común, pero que producto de egoísmos y nacionalismos ciegos, están separadas y a veces inmersas en guerras fratricidas y rechazan todo pasado común por considerarlo oscuro y negativo. Pero eso no es cierto, fuimos criados bajo los ideales más elevados que cualquier hombre en la historia ha podido abrazar y sobre esos mismos valores debemos mirar al futuro, reencontrarnos con ellos y como los hidalgos de antaño, luchar por Dios y por la Patria, luchar por los valores de la Hispanidad.